(c) De lógica, ética y moral IL
Sin relación con el entorno material del difunto, sólo recordamos imágenes corporales, gestos y frecuencias de voz así como hechos positivos, viajes, estancias o lugares. El muerto se convierte, en algunos casos, en santo o héroe. Ver morir es, dice A., hoy día espectáculo aunque ciertamente no es espectáculo religioso ya que los féretros en zonas urbanas ya no tienen cabida en el acto religioso o funeral. El espectáculo público de la muerte, ha sido llevado a las películas, o la carretera mientras que el espectáculo privado, a las uvi y las residencias de ancianos. Las sociedades orientadas al sujeto incineran o queman los cadáveres, liberando su espíritu. Aquellas orientadas al objeto conservan los cuerpos temporal, mediante el entierro o permanentemente, mediante la momificación.
El ver morir de los anfiteatros romanos era un espectáculo orientado al objeto de la misma forma que está orientado al objeto la pena de muerte en la silla eléctrica en algunos estados norteamericanos. La muerte desde la perspectiva del sujeto, no es espectáculo sino una conexión con los sentimientos que le unían al difunto, su personalidad o el yo social y sociable. Para estas personas, los recuerdos no son lugares, estancias u obras realizadas, sino reacciones personales, emociones, formas de ser, o eventos sociales como reuniones, fiestas, bodas o bautizos.
La vida está llena de momentos de muerte, y A. cita algunos casos como el ascetismo o el suicidio, antesala de su próximo capítulo. Existe una simetría estoica entre la vida y la muerte, aunque para ser sinceros la relación de la vida con la muerte, se encuentra en las enfermedades, los peligros derivados de aventuras o viajes, así como la elección de amistades, en algunos casos peligrosas. La probabilidad pierde importancia. Vivir cerca de la muerte supone escenarios de guerra o de conflicto. No olvida A. citar a Heidegger y su "ser para la muerte". No cita aquí la atracción o el impulso psíquico hacia el tánatos, los deportes de riesgo o las profesiones arriesgadas.
A. acepta que existe casi siempre una angustia de la muerte. Según A. el suicida realiza un acto intencional y físico, aunque lógicamente, el perdedor en las guerras, es un ser cuyo objeto, su programación, ha sido destruida y sin objeto, la vida no es posible. La muerte en el protestantismo representa la muerte del sujeto y del objeto, de la materia y el espíritu. La muerte mística representa la muerte del cuerpo y la trascendencia del espíritu. Estamos ante el mismo caso que la muerte del perdedor en la guerra pero mientras uno se pega un tiro con frialdad, el otro fallece por inanición o hambre.
Doy por finalizada esta entrada. 25/02/2019
Sin relación con el entorno material del difunto, sólo recordamos imágenes corporales, gestos y frecuencias de voz así como hechos positivos, viajes, estancias o lugares. El muerto se convierte, en algunos casos, en santo o héroe. Ver morir es, dice A., hoy día espectáculo aunque ciertamente no es espectáculo religioso ya que los féretros en zonas urbanas ya no tienen cabida en el acto religioso o funeral. El espectáculo público de la muerte, ha sido llevado a las películas, o la carretera mientras que el espectáculo privado, a las uvi y las residencias de ancianos. Las sociedades orientadas al sujeto incineran o queman los cadáveres, liberando su espíritu. Aquellas orientadas al objeto conservan los cuerpos temporal, mediante el entierro o permanentemente, mediante la momificación.
El ver morir de los anfiteatros romanos era un espectáculo orientado al objeto de la misma forma que está orientado al objeto la pena de muerte en la silla eléctrica en algunos estados norteamericanos. La muerte desde la perspectiva del sujeto, no es espectáculo sino una conexión con los sentimientos que le unían al difunto, su personalidad o el yo social y sociable. Para estas personas, los recuerdos no son lugares, estancias u obras realizadas, sino reacciones personales, emociones, formas de ser, o eventos sociales como reuniones, fiestas, bodas o bautizos.
La vida está llena de momentos de muerte, y A. cita algunos casos como el ascetismo o el suicidio, antesala de su próximo capítulo. Existe una simetría estoica entre la vida y la muerte, aunque para ser sinceros la relación de la vida con la muerte, se encuentra en las enfermedades, los peligros derivados de aventuras o viajes, así como la elección de amistades, en algunos casos peligrosas. La probabilidad pierde importancia. Vivir cerca de la muerte supone escenarios de guerra o de conflicto. No olvida A. citar a Heidegger y su "ser para la muerte". No cita aquí la atracción o el impulso psíquico hacia el tánatos, los deportes de riesgo o las profesiones arriesgadas.
A. acepta que existe casi siempre una angustia de la muerte. Según A. el suicida realiza un acto intencional y físico, aunque lógicamente, el perdedor en las guerras, es un ser cuyo objeto, su programación, ha sido destruida y sin objeto, la vida no es posible. La muerte en el protestantismo representa la muerte del sujeto y del objeto, de la materia y el espíritu. La muerte mística representa la muerte del cuerpo y la trascendencia del espíritu. Estamos ante el mismo caso que la muerte del perdedor en la guerra pero mientras uno se pega un tiro con frialdad, el otro fallece por inanición o hambre.
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