(c) De lógica, ética y moral XXV

Mientras que la moral y la ética, contemplan argumentos sobre la vocación hacia una profesión, los principios de economía, determinan un destino específico para los recursos humanos. El principio de libertad y el principio psicológico del placer nos incitan a estudiar lo que deseamos que coincide con una máxima utilidad individual. Teórica y automáticamente, ésto supone un máximo bienestar social. Pero este máximo de bienestar no es igual a máxima renta en el futuro ya que la economía maximiza el beneficio a corto plazo, el hoy o el ahora. La moral utilitarista o marginalista, se aleja así, del principio de realidad que afecta al área de la producción. El futuro significa una maximización intertemporal cuyos valores pocos pueden preveer.

La preocupación por el puesto de trabajo revela falsos status. Los principios políticos pueden ir en contra de los principios económicos, normalmente durante los estudios universitarios. El salario, por ejemplo, para la escuela marginalista de economía es igual al producto marginal del trabajo por lo que dos personas tendrán en función de este producto salarios distintos. Esto es invalidado por el principio de igualdad que se traduce en convenios colectivos que establecen igual salario a igual categoría profesional. El mundo orientado al sujeto es de igualdad, principio del placer. El mundo orientado al objeto, es de productividad. Pero estos dos mundos, encuentran, tarde o temprano, un equilibrio entre lo que parece ser y lo que es.

El individuo llega a cierto equilibrio incluso en las peores condiciones sociales o económicas imaginables. A. inicia un nuevo subcapítulo que titula El sentido de la vida. Solamente hay dos opciones de acuerdo con los principios, centrarse en el sujeto o en el objeto. El sentido de la vida, con respecto al sujeto, supone una humanización socializadora, un equilibrio personal y espiritual. De acuerdo con el objeto, el sentido de la vida, consiste en lograr honores y riquezas. La imagen, el prestigio o la forma de ser observado por los demás, estaría regido por la moral social, cambiante en función del principio de mayor amplitud, es decir, el de mayor importancia coyuntural. Cosa distinta es la imagen de uno mismo, una introspección personal, una conciencia, un yo de Fichte, de Hegel, Bergson, Wittgenstein... .

A. nombra dos formas de vida que reaccionan contra un estado de cosas, la delincuencia y la drogadicción. La primera atenta contra la propiedad privada fundamentalmente y supone un alejamiento entre el sujeto y el objeto manufacturado, es decir, representa la existencia de una inactividad, un desempleo o una falsa jubilación. La segunda atenta contra el principio de la realidad. Sin embargo, la realidad es otra. Posiblemente, el sentido de la vida es actualmente un sentimiento de injusticia o de expoliación por las instituciones, el Estado, la familia, el sistema educativo, sistema sanitario, el sistema judicial, el sistema de pensiones o el sistema económico. La sensación de desigualdad e injusticia ha hecho resurgir partidos de ultraderecha y ultraizquierda. Es una crisis moral de sentimientos profundamente enfrentados, lo que representa una crisis del principio de unidad política y religiosa. Este panorama es muy distinto de aquel observado por A. en los años 80. Ocurre que la ética normativa, el llamado principio de legalidad ha dejado de funcionar o simplemente ha quedado ignorado por un nuevo estado de cosas. De esta forma, han sido posibles las irregularidades judiciales, el cese de jueces, las irregularidades universitarias, el cese de decanos y otros responsables, las irregularidades en concesiones administrativas, el cese de políticos y ministros, y un largo etcétera. La ética está a posteriori y tendría que estar a priori.

Doy por finalizada esta entrada. 22/01/2019

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