(c) De lógica, ética y moral XXIX
A. divide la segunda parte de su libro, en secciones. Titula el capítulo XVII en la página 123, con La importancia de la cotidianidad. Henri Lefebvre, filósofo marxista francés, escribe sobre la cotidianidad como alienación. Se podría decir que intelectualmente, A. desciende un escalón aunque comercialmente podría haber ascendido otro. La filosofía interesa muy poco a las personas. Ciertamente la cotidianidad, que no es vida personal o vida privada, no deja de ser vida. Pero A. no nombra, en ningún momento la filosofía de la vida sino la filosofía de lo cotidiano, normalmente relacionado con la cultura de la administración pública, con un espacio cultural anclado en la historia de una ciudad. A. es profesor de filosofía en una universidad norteamericana, es decir, un inmigrante, posiblemente rechazado por su entorno. Utiliza el alemán y el francés para determinadas expresiones y el inglés para expresar a way of life, un modus vivendi. Los objetos determinan una forma de vida, una forma del yo y el yo influye en los objetos que rodean a A. de alguna manera.
La cotidianidad de A. comunica también cierto refinamiento, un elitismo y una riqueza del pasado, un "saber ser" y un "saber estar". La cotidianidad no significa preguntarse por qué uno está donde está y por qué hace lo que hace. Lo anterior es un hecho, un estado de cosas a posteriori, un status. A. intenta, como en economía maximizar su bienestar dentro de la cotidianidad, lo que representa la existencia lógica de una función objetivo y unas restricciones o condiciones que acotan las posibilidades. Tampoco escribe sobre dichas restricciones, aunque sí escribe sobre el dolor, la muerte, la lucha, la culpa... etc. que interrumpen la cotidianidad. A. nombra pocos filósofos, prácticamente los imprescindibles y en este caso, cita a Kierkegaard, para el cuál, la vida, el progreso técnico, el naturalismo científico o Dios carecen de sentido. Marcusse, experto en psicoanálisis social, al que personalmente conoce, queda olvidado. Estamos ante un A. similar a Ferdinand Lassalle 1825-1864, político socialista alemán, que lleva una vida burguesa pero lucha a favor de los obreros y las cooperativas estatales, lo que exaspera a Marx. Ferdinand murió en un duelo, lo que representa actualmente una muerte aristocrática.
La cotidianidad represora de A. es posiblemente un existencialismo de origen sociopolítico. Quien se encierra en un sistema de defensa, cuyos medios de seguridad son la distancia y la propiedad, acaba convirtiéndose en un prisionero, escribe Erich Fromm en El arte de amar (1956). A. titula su capítulo XVIII El pequeño mundo o escenario de la vida cotidiana, aludiendo, con ciertas reservas, al objeto microcosmos de Wittgenstein, lo cual es positivo y negativo al mismo tiempo. El yo de W. es un mundo cerrado y solamente abierto para sí mismo o para aquellos que pertenecen a él. El mundo de W. es teatro de operaciones. Supone un pensamiento lógico acorde con la imagen también lógica de los hechos. El mundo de A. tiene carácter histórico cultural, no ajeno a los hechos cotidianos. Los hechos cotidianos son aquellos que relacionan objeto y sujeto. Una universidad como objeto y un profesor como sujeto, solamente pueden vincularse a través de unas actvidades, unos hechos. La circunstancia natural de A. es también cultural. No es un intelectual del futuro sino que lo es en relación con la cultura material que nace de la naturaleza. Es un intelectual de su tiempo.
El yo de A. no sufre una contradicción lógica. Es un yo orientado al sujeto como objeto, es decir "los otros", y estudia ética, moral, psicología...etc. Fue, dicen, uno de los primeros que compraron un coche en Madrid. A. fue un líder socialista o un guía del socialismo español de los años 80 y difícilmente pudo ser otra cosa. A. escribe sobre la importancia de los momentos en la vida cotidiana que evoca indirectamente al yo hegeliano, momento individual del espíritu absoluto.
Doy por finalizada esta entrada. 28/01/2019
A. divide la segunda parte de su libro, en secciones. Titula el capítulo XVII en la página 123, con La importancia de la cotidianidad. Henri Lefebvre, filósofo marxista francés, escribe sobre la cotidianidad como alienación. Se podría decir que intelectualmente, A. desciende un escalón aunque comercialmente podría haber ascendido otro. La filosofía interesa muy poco a las personas. Ciertamente la cotidianidad, que no es vida personal o vida privada, no deja de ser vida. Pero A. no nombra, en ningún momento la filosofía de la vida sino la filosofía de lo cotidiano, normalmente relacionado con la cultura de la administración pública, con un espacio cultural anclado en la historia de una ciudad. A. es profesor de filosofía en una universidad norteamericana, es decir, un inmigrante, posiblemente rechazado por su entorno. Utiliza el alemán y el francés para determinadas expresiones y el inglés para expresar a way of life, un modus vivendi. Los objetos determinan una forma de vida, una forma del yo y el yo influye en los objetos que rodean a A. de alguna manera.
La cotidianidad de A. comunica también cierto refinamiento, un elitismo y una riqueza del pasado, un "saber ser" y un "saber estar". La cotidianidad no significa preguntarse por qué uno está donde está y por qué hace lo que hace. Lo anterior es un hecho, un estado de cosas a posteriori, un status. A. intenta, como en economía maximizar su bienestar dentro de la cotidianidad, lo que representa la existencia lógica de una función objetivo y unas restricciones o condiciones que acotan las posibilidades. Tampoco escribe sobre dichas restricciones, aunque sí escribe sobre el dolor, la muerte, la lucha, la culpa... etc. que interrumpen la cotidianidad. A. nombra pocos filósofos, prácticamente los imprescindibles y en este caso, cita a Kierkegaard, para el cuál, la vida, el progreso técnico, el naturalismo científico o Dios carecen de sentido. Marcusse, experto en psicoanálisis social, al que personalmente conoce, queda olvidado. Estamos ante un A. similar a Ferdinand Lassalle 1825-1864, político socialista alemán, que lleva una vida burguesa pero lucha a favor de los obreros y las cooperativas estatales, lo que exaspera a Marx. Ferdinand murió en un duelo, lo que representa actualmente una muerte aristocrática.
La cotidianidad represora de A. es posiblemente un existencialismo de origen sociopolítico. Quien se encierra en un sistema de defensa, cuyos medios de seguridad son la distancia y la propiedad, acaba convirtiéndose en un prisionero, escribe Erich Fromm en El arte de amar (1956). A. titula su capítulo XVIII El pequeño mundo o escenario de la vida cotidiana, aludiendo, con ciertas reservas, al objeto microcosmos de Wittgenstein, lo cual es positivo y negativo al mismo tiempo. El yo de W. es un mundo cerrado y solamente abierto para sí mismo o para aquellos que pertenecen a él. El mundo de W. es teatro de operaciones. Supone un pensamiento lógico acorde con la imagen también lógica de los hechos. El mundo de A. tiene carácter histórico cultural, no ajeno a los hechos cotidianos. Los hechos cotidianos son aquellos que relacionan objeto y sujeto. Una universidad como objeto y un profesor como sujeto, solamente pueden vincularse a través de unas actvidades, unos hechos. La circunstancia natural de A. es también cultural. No es un intelectual del futuro sino que lo es en relación con la cultura material que nace de la naturaleza. Es un intelectual de su tiempo.
El yo de A. no sufre una contradicción lógica. Es un yo orientado al sujeto como objeto, es decir "los otros", y estudia ética, moral, psicología...etc. Fue, dicen, uno de los primeros que compraron un coche en Madrid. A. fue un líder socialista o un guía del socialismo español de los años 80 y difícilmente pudo ser otra cosa. A. escribe sobre la importancia de los momentos en la vida cotidiana que evoca indirectamente al yo hegeliano, momento individual del espíritu absoluto.
Doy por finalizada esta entrada. 28/01/2019
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